Ante la temblorosa incertidumbre no me dejo ver.
Me vuelvo, me desvelo de mí,
nutrido de abrasante espera.
No levanto ni un terrón del suelo.
Me arrastra un duende-niño.
Con temblor me arriesgo a que el aire elegido
pierda compostura.
La puerta de bronce cede a la estampa temprana de tu boca.
Poema: Ginés Liébana